Antes de los centenares de cuentos, antes de La sirenita y El soldadito de plomo, antes del chocolate con la reina, Hans Christian Andersen (1805-1875) fue hijo de zapatero y madre alcoholizada, en una casa diminuta de uno de los barrios más pobres de Odense (Dinamarca).
Fue después de probar en una fábrica textil a los 11 años de edad, de tantear sus dotes naturales para pasearse entre las casas de la aristocracia danesa gracias a una voz de soprano, cuando decidió que su vida valía mucho más que toda aquella miseria y fealdad. Con 14 recién cumplidos Hans Christian Andersen llegaba a Copenhague para hacerse un destino a su medida.
En su plan de fuga hacia una clase mejor, hacia la conquista de unos privilegios prohibidos, el joven Andersen encontró en los grandes autores ingleses un respiradero por el que escalar. Así, como todo héroe hecho a las necesidades de sus deseos, cambió su nombre por el seudónimo de William Christian Walter, al firmar su primer escrito: William de Shakespeare y Walter de Scott. Con 24 años Hans Christian Andersen ya se ganaba la vida escribiendo poesía y teatro.
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