Mónica Rodríguez a Fina Casalderrey
Volviendo a los grandes. Los lectores a los que va dirigida la LIJ están en un proceso de desarrollo intelectual, emocional y lingüístico. ¿Hasta qué punto es importante entonces que los textos dirigidos a ellos transmitan valores positivos? ¿Es necesario que a través de la literatura les hagamos saber que la realidad se puede cambiar?
Cuando tú naciste, Mónica, yo ya era adulta, así que, antes de nada, permíteme felicitarte por tu exitosa trayectoria literaria. Después de haber hecho un delicioso paseo por Los caminos de Piedelagua, ya no puedo olvidar la ternura de tu mirada ni la alegría contagiosa de tu rostro (te vi en una entrañable fotografía junto al apreciado Gonzalo Moure). Me encantará, prima hermana asturiana, ser un eslabón unido a ti en esta insólita cadena… Me dispongo, ahora, a contestar a tus preguntas.Y por último, para continuar con la evolución de la LIJ. ¿Qué les pedirías a las nuevas generaciones de escritores de LIJ?
En el prólogo de Brida de Paulo Coelho, el autor escribe que existen constructores y jardineros, unos construyen y terminan, los otros tienen que tener cuidados con lo que han plantado, pero lo ven crecer. Sí, hay que ser jardineros…
Efectivamente, los primeros destinatarios de la LIJ —los niños y niñas, los jóvenes…— están en un proceso de desarrollo intelectual, emocional y lingüístico, que sigue, o debería seguir, toda la vida. Partiendo de que la literatura, cuando lo es, ya es un valor en si misma, existe un “cuarto” en el interior de cada ser humano —escriba literatura o no— en el que llevamos tatuados nuestros propios valores, esos que emergen de manera espontánea como florecillas en los viejos muros de piedra. Quienes gozamos del privilegio de que nuestros libros pueden ser leídos por un niño o una niña, deberíamos tener más claro que nadie que no todo vale: seducir, intrigar, sorprender, asustar, arrancar sonrisas —deliciosas o pícaras—, remover conciencias, tocar emociones… sí; traumatizar o incitar al mal, haciendo apología de la violencia, de la barbarie, ¡nunca! Pero es que yo no lo haría ni en una historia “para adultos”. Creo que todas las profesiones, todas las pasiones, si quieres, tienen que tener un código deontológico, o más sencillo, un código lógico. Hay situaciones en las que resultaría muy fácil despertar el morbo inmediato describiendo imágenes que hieren las más férreas sensibilidades. Es… es un juego sucio. Existe, o debería existir, una autocensura oculta que tiene que ver con nuestros principios, y que no merma en absoluto la calidad de un texto literario ni la libertad de volar. Eso no significa que en la LIJ no puedan abordarse todos los temas, que no pueda haber personajes malvados en estas historias, ni injusticias, ni mucho menos; la dificultad está más en nuestra capacidad para saber acercarnos que en la suya para comprender. “Te advierto que escribir para niños no es escribir para tontos”, le dijo Sánchez Silva —el único Andersen español— a Delibes cuando insistía en animarlo a hacerlo. Estoy totalmente e acuerdo.
Con respecto a estos prejuicios, Juan Farias —escritor capaz de mostrar toda una vida en una frase— dijo: “Cuando te curas de vanidades, si todavía te gusta escribir, lo haces desde el alma. Entonces, curiosamente sin pretenderlo, haces Literatura Infantil, o Juvenil o como coñ... os guste llamar a lo que tan solo es literatura clara”. Estoy con Farias en que la diferencia radica en que la puedan leer los niños y niñas, sin intérpretes.
En cuanto a si es necesario que a través de la literatura les hagamos saber que la realidad se puede cambiar, pienso que la literatura no se contradice con la vida sino que forma parte de ella; en la literatura cabe la reivindicación, la denuncia, la lucha más noble, aquella que utiliza como arma la palabra. Y es que yo creo que si, que la realidad se puede cambiar. Anda que si no… con la que está cayendo… Conste que, una historia hermosa, contada de la manera más bonita posible, ya es un valor en si misma.
Un personaje que aparece en Fábulas y leyendas de la mar de Cunqueiro, Aristón de Chíos, compara a un estudiante de lógica con los comedores de cangrejos, ya que, para llevar una pizca de carne a la boca, han de hacer muchas cáscaras. Les diría que apliquen este símil cuando escriban para los más pequeños. Les diría, también, que hagan suyo aquel lema de que escribir para niños y niñas no es llenar un vacío sino prender un fuego. Que la LIJ nos ofrece la posibilidad de acercarnos a los más jóvenes, sin renunciar a explorar los corazones adultos. Las “etiquetas” lastiman en más sitios que en el reverso de las prendas de ropa… Y una puntualización: que no se obsesionen por agradar a los adultos hasta el extremo de olvidar a los principales destinatarios de la LIJ; la LIJ es muy importante, pero que todavía lo son más las niñas y niños que la leen. Les pediría, asimismo, que no olviden que nuestros lectores son más jóvenes que nosotros, pero no menos inteligentes.Fina Casalderrey a Antonio Ventura
Mis preguntas, si él tiene a bien responderlas, irían para mi querido y admirado Antonio Ventura Fernández:
Has escrito álbumes deliciosos, ¿qué le pedirías a quien ilustra tus historias?
También has publicado libros para Jóvenes y para adultos… ¿De qué manera encaras cada proceso? ¿Hay diferentes fórmulas? ¿Cuánto hay de Antonio en tu obra?
Además de escritor, fuiste maestro, eres editor… Se dice que la salud de la LIJ está demasiado subordinada a las recomendaciones de los enseñantes en colegios e institutos, ¿Cómo crees que se podría conquistar una mayor independencia?
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